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El baile y las flores
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Las flores que se encontraban en la mesa se secaban
inexorablemente.
Cada vez que ella venía, traía consigo un ramo de rosas rojas que
colocaba en un florero del mismo color.
Mirando el calendario, contando los días y restando las horas
notó que ya habían pasado las tres semanas que los separaban
de su próximo encuentro.
El miedo a que al verse las cosas cambiaran era imposible alejar
de su cabeza. Sentado con una revista esperó ansiosamente una
llamada telefónica o algo que diera cuenta de la lejanía o cercanía
que lo dividía de su amante.
Un sonido de timbre llegó a su oído y de un salto corrió a abrir la
puerta. Al hacerlo, la decepción apareció cuando vio que frente a
él un tipo bajito y uniformado le traía noticias.
Al volver a su habitación, un nerviosismo creciente lo tomaba
por completo y las manos con el sobre entre ellas le tiritaban
como nunca. Abrió la carta y en ella sólo había palabras que le
reafirmaban el amor que Mariela sentía por él y lo mucho que
lo extrañaba.
Nada de fechas. Con un suspiro cerró los papeles y se apoyó en
su blanca almohada.
Pasaron tres días y a pesar de que nunca había botado las flores,
ya era inútil conservarlas.
Cuando el florero con agua evaporada y sin contenido retornó a la
mesa alguien llamó a la puerta.
Maximiliano se agitó y una corazonada lo paralizó antes de poder
dirigirse a la entrada.
Esta vez no se equivocó, la imagen de una mujer de mediana
estatura y finos rasgos esperaba ser atendida. Su cabello estaba
distinto, pues el color pasó del negro a un rojo que combinaba
con sus labios y porqué no decirlo, con las rosas que ocupaban
lugar entre sus dedos. Una mirada como de niña tímida,
los hombros encogidos y su frente apuntando al suelo, le daban
un aspecto de ternura que la hacía irresistible.
Sin saber cómo reaccionar, Maximiliano la abrazó sosteniéndola
como si quisiera escapar, aunque en el fondo fuese todo lo
contrario. Los brazos de ella le rodearon el cuello y sus manitos le
tocaron el pelo castaño.
Sin hablarse, sólo contemplándose el uno al otro, caminaron
hasta la habitación de él. Dejando las maletas a un lado, ella
se recostó en su cama y se quitó la chaqueta.
-Te traje…
Y no pudo terminar. Los labios de Mariela fueron cubiertos por
los de su amado quien no la dejó proferir lo que deseaba. No
faltaban las palabras, los cuerpos hablaron solos. En esas paredes
un baile sin música se gestaba entre ambos que sin dejar de
acariciarse danzaban al ritmo de los suspiros y de las agitaciones
que se escapaban en cada beso. Sabían perfectamente
cómo saciarse. Las manos buscaban los senos perdidos entre
las mantas y los días que los separaban; las lenguas se abrían
paso entre los cuellos y el resto de los hombros, y la espalda y
el abdomen; llegando a lo más delicioso y erótico de sus curvas.
Con los músculos contraídos y un vaivén como el de las olas,
eran llevados por el deseo de tenerse y la imposibilidad de
tocarse durante tanto tiempo. Todo era una escena memorable,
marcada por la sutileza y el cariño que se tenían mutuamente.
Al despertar, sus ojos vieron a Mariela desnuda durmiendo en su
misma cama, y cuando caminó al comedor para desarmar las
maletas, lo primero que vio fue el florero rojo, con rosas del
mismo color, deslumbrando con su belleza.
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2 comentarios:
Hola Ana.
Recibí tu preciosa tarjeta con los tres Reyes Magos.
Nos gustó mucho a todos los miembros de mi familia.
Os deseamos, a ti y a los tuyos, que seais lo más felices que se pueda ser...
Un abrazo y gracias.
Ana felices fiestas y que el 2008 venga cargado de estrellas que nos dejan maravillados como al niño del Cuento de Navidad
Un fuerte abrazo
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