jueves, 15 de noviembre de 2007

EL PLACER DE HABITAR

VECINOS
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Hace muchos años que habito solo en este apartamento y mi existencia en él transcurría con la agradable monotonía de cualquier otra, hasta el día en que alguien, todavía desconocido para mí, se instaló en el piso de al lado.
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Yo estaba tan habituado a vivir solo, que la primera vez que el sonido de otros movimientos, el fluir de otra cisterna, la cantinela de otro televisor, resonaron en mi casa, me sentí súbitamente despojado de una intimidad que, como ocurre con tantos aspectos de la vida, no supe valorar hasta que experimenté su falta.
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A pesar de todo, los ecos de aquella otra vida que a través de las paredes se filtraban hasta la mía, se me fueron acomodando a los actos de cada día con la fidelidad insensible de un parásito y, con el tiempo, sin advertirlo, hasta llegaron a resultarme agradablemente imprescindibles.
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Esta absurda situación se hizo evidente el primer día que trascurrió sin que percibierra ninguno de aquellos familiares sonidos al otro lado del tabique: conforme avanzaba la mañana, el silencio que habitaba el apartamento vecino se fue expandiendo también por lo mío como un espeso vacío que aislaba cada uno de mis actos del tiempo en que se desarrollaban y del sentido, aunque fuera mecánico, que pudieran tener. Escuchaba entonces mi música preferida desgranándose obvia y opaca por aquel mediodía sin norte ni límites, el grito inútil de la cafetera hirviendo en la cocina, o mis propios pasos, como apagados ecos de otros pasos ajenos y distantes...
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Después de entonces se ha debido ausentar en otras ocasiones como aquel día y otras tantas esperé con igual ansiedad el instate de oír el sonido de su cerradura al descorrerse, de sus pasos avanzar por el corredor...siempre con el temor de que tal vez no volverían a producirse, de que esta ausencia resultara al fin definitiva y, con ella, mi soledad también.
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José Porras. PAISAJES DE LA BARAJA (RELATOS)

1 comentario:

El Secretario dijo...

Hola Ana.

Me encanta este tipo de collages. En una época los realizábamos mis hijos y yo, siempre procurando incluir algún elemento "discordante", como tu cuchara o tu lápiz labial...

Si no lo hacía así, no me quedaba a gusto. Era un intromisión de lo absurdo en lo real que resultaba excitante.

Y el relato que has puesto, no sabes haste qué punto me identifico con él. Y, por supuesto, muy adecuado al tema del collage.

Enhorabuena.

Abrazo de vecindad.